Exposición de Akiko Hirai

Nacida en Japón, donde estudió psicología, Hirai descubrió su amor por la arcilla en el Reino Unido casi por accidente. Desde entonces ha pasado los últimos 18 años en el mismo estudio que ocupó inmediatamente después de graduarse en Central St Martins en 2003.

La cerámica es ahora el primer amor de Hirai, aunque la psicología influye en todo lo que hace. El núcleo de su práctica es una delicada gama de cerámica doméstica Kohiki, vasijas moldeadas y facetadas hechas de arcilla oscura con un revestimiento rugoso de engobe blanco. En Japón, donde fue desarrollada por primera vez por los alfareros coreanos del siglo XVI, la Kohiki se considera una cerámica “blanda”: aunque es gres de alta cocción, su superficie es ligeramente porosa. Al igual que el cuero o el latón, con el tiempo y el uso el Kohiki cambia de color y su piel blanca se tiñe de una pátina adquirida, propia de su propietario. Para Hirai, esa conexión con el usuario es vital: “Mis vasijas no están acabadas cuando salen del horno”, dice.

Los esmaltes de ceniza de madera son los responsables de los extraordinarios colores cambiantes de las exposiciones de Hirai, que van desde los aceitunas profundos a los verdes y azules más pálidos. Junto a sus característicos platos grandes con baño de ceniza y jarrones con cabeza de amapola, las vasijas más destacadas de esta próxima exposición son las jarras Moon de Hirai, versiones contemporáneas de vasijas centenarias originarias de Corea, cuyos ejemplos admiró en el Museo Británico. El grueso vidriado blanco y la adición de cobre a algunas de estas últimas jarras Moon les confieren el aspecto desgastado por el mar de los arrecifes de coral, o de antiguas vasijas ahogadas desenterradas en algún naufragio imaginario.