Hace unos días conocimos la triste noticia del fallecimiento de José Antonio Sarmiento, un artista que marcó algunos hitos que quedarán ya para siempre en la memoria de la cerámica en España
Existen diferentes tipos de creadores. Están los que entienden que el artista debe ser alguien especial, mediático, conocido y admirado, alguien que opine de todo y cuyos más pequeños actos se reconozcan como la “cima de la creación”…; y también están los artistas callados, los que consideran que su compromiso es con la obra, con su conciencia, con la historia. Quienes trabajan para alimentar su propio ego en ocasiones esconden así su propia inseguridad; José Antonio no necesitaba alimentar egos: tenía la seguridad que da ser fiel a si mismo.
Su trayectoria vista en perspectiva fue, además de brillante, coherente. Siempre entendió la cerámica como una forma de arte que aúna diferentes conceptos: historia y artes populares, filosofía y pensamiento contemporáneo, técnica y respeto por materiales y procesos, y, por encima de todo, poesía como búsqueda de la verdad del arte.
Los hitos que marcaron la actividad cerámica de José Antonio Sarmiento y que, como decíamos al principio de este escrito, quedarán ya en la historia de la cerámica de nuestro entorno, se podrían resumir en el que fue, sin duda, uno de sus mayores empeños. Temprano en su carrera descubrió la acción del fuego como una de las “marcas” distintivas de la cerámica. Y, consecuentemente, se interesó por la forma primigenia de conseguir esa acción del fuego, que no es otra que la utilización de hornos de leña. Utilizó técnicas como el Hikidashi y las cocciones de sal y soda, construyó un horno de leña de dos cámaras y finalmente, después de una estancia en Japón con el maestro Ryoji Koie, construyó, en San Cibrián de Ardón (León), su gran horno anagama-noborigama, de cuatro cámaras, la “herramienta” que le proporcionaría años de aprendizaje, especialización, descubrimientos y resultados.
En el año 2000, la construcción de un horno de estas características era sin duda una aventura, no solo por las dimensiones del proyecto, sino también por la necesidad de educar el gusto, ya que apenas existía el conocimiento de este tipo de cerámica. Fueron años en los que José Antonio Sarmiento desarrolló una obra en cerámica que, aunque en otras partes del mundo constituía uno de los movimientos cerámicos más dinámicos, en España no era conocido o apreciado como se merece. Los que nos dedicamos a las cocciones de leña, y el colectivo de ceramistas en general, tenemos una deuda con José Antonio.
Pero no fueron solo las cocciones de leña. En los últimos años, en los que vivió en Gotemburgo (Suecia), su obra cerámica retomó el uso de la baja temperatura, la sencillez técnica de los engobes y barnices transparentes que nos llevan a una reinterpretación de la alfarería tradicional, también la poética de la porcelana y los esmaltes celadón y, como muestra de su incansable búsqueda, también la pintura. Hace apenas unas semanas se pudo ver en la galería River City, de Gotemburgo, la exposición titulada “Entre las nubes”. Qué mejor despedida para un artista como José Antonio Sarmiento que decir adiós con una muestra junto a la que fue su compañera desde hacía ya muchos años, Helena Andersson.
Quienes tuvimos la suerte de compartir cocciones con José Antonio sabemos lo que le debemos, sabemos lo que aprendimos; quedará así “entre las nubes” para siempre, presente en cada cocción.
Wladimir Vivas