Cuando apenas terminaba de escribir el obituario de Jordi Aguadé, nos llega una nueva noticia que aviva la tristeza por la pérdida de una valiosa artista cuyo talento y dedicación a la enseñanza quedará en el recuerdo de varias generaciones de ceramistas
En ocasiones las casualidades son especialmente tristes; Isabel Barbaformosa, que fallecía en la noche del pasado domingo, se inició en la cerámica, de 1966 a 1968, en el taller de Jordi Aguadé, que también nos dejaba la pasada semana. Sin duda aprendió de su maestro el amor por el torno, una herramienta y una forma de entender la cerámica que la marcó durante toda su larga carrera.
Pero Barbaformosa no fue solo una de las grandes creadoras de las formas torneadas, sino que además se distinguió por su generosidad, que le llevó a tratar de transmitir ese amor por el torno y sus conocimientos de la técnica a través de la escritura de varios libros, alguno de los cuales tuvo una gran distribución.
Isabel era miembro de la Academia Internacional de la Cerámica, y fue en el congreso de esta institución, que se celebró en Barcelona en 2016, cuando tuve ocasión por última vez de compartir charlas, mesa y mantel y asientos de autobús. Del recuerdo de esas conversaciones queda un poso de admiración por su dedicación y también por la forma humilde en que ella misma hablaba de su contribución a la cerámica; ya estaba jubilada en aquel tiempo de su trabajo como profesora en la Escola Massana, donde generaciones de ceramistas aprendieron los secretos del torno; sin embargo, ella misma confesaba que a lo que aspiraba era a seguir disfrutando haciendo su cerámica.
Seguro que lo consiguió, solo hay que ver su obra, la forma en que jugaba con los efectos del torno y con los materiales, en ocasiones buscando los límites de las piezas o introduciendo en ellas partes de acero como contraste con el barro.
Foto: Archivo Infocerámica. Utilizada en la promoción de la exposición L’art del buit (el arte del vacío), que pudo verse en la Galería Artur Ramón hasta finales del pasado año.