Albert Montserrat es un claro ejemplo de como la búsqueda de una expresión a través de la tradición todavía puede deparar sorpresas, sus esmaltes se combinan con rotundas formas que nos llevan a la esencia de la cerámica
“Albert Montserrat: forma y esmalte”
Wladimir Vivas
“Tenmoku”, “motas de aceite” o “moon jar” son palabras o nombres que nos llevan directamente al recuerdo de la tradición cerámica, a China y Corea, a los magníficos tenmokus de la Dinástia Song (Siglo X) o las impresionantes cerámicas coreanas, llamadas “Vasijas-luna”, por recordar la imágen de la luna llena. La tradición cerámica trasciende las más de las veces los accidentes geográficos, e incluso las culturas. Se convierten así en globales, en patrimonio de los ceramistas del mundo. De este modo podemos encontrar artistas que, en America o Australia, realicen magníficos reflejos metálicos, no es necesario ser de Manises o Paterna; veremos también cerámicas de esmaltes salinos realizadas en Japón o África, o, mucho más común: piezas de rakú o “chawan” realizados por ceramistas de todo el mundo.
En el caso que nos ocupa, Montserrat realiza su propia interpretación de la tradición china y coreana, y lo hace no solamente con respeto y conocimiento, sino también con personalidad, creatividad y libertad. Su bagaje personal como artista proviene de sus estudios de diseño y cerámica en Barcelona, de donde es natural, sumado a su paso por México, donde residió durante cuatro años y donde pudo tener un conocimiento profundo de las tradiciones de la cerámica, influidas por las culturas precolombinas. Cuando se instaló en Londres, no obstante, aceptó un nuevo reto y comenzó a trabajar con gres y porcelana, encontrando el material perfecto para desarrollar la que ha sido siempre su pasión: los esmaltes de alta temperatura.
“Entiendo que es la superficie lo que el espectador ve primero, por lo que los esmaltes son un factor crucial para mí. Tan importante como la forma, si no más.”
Las grandes vasijas de Montserrat, con sus líneas amplias y puras, ofrecen la superficie perfecta para que sus exmaltes se desarrollen hasta su máxima expresión; pero es este un recorrido en dos sentidos, ya que, al contemplar la belleza de sus esmaltes superpuestos o sus “gotas de aceite”, percibimos claramente como estas superficies no hacen otra cosa que realzar la forma, darle una presencia imponente, un diálogo permanente entre forma y color, entre textura y línea, entre superficie y espacio interior.
Se habla en ocasiones de la cerámica como un entorno creativo especial, que tiene unas señas de identidad que lo diferencian de otros. Probablemente la capacidad de sintetizar la tradición con lo contemporáneo, ese carácter que vemos en la cerámica de Albert Montserrat en la que utiliza la que quizá sea la mayor singularidad de la cerámica: esto es, el uso de la vasija, del contenedor, como elemento vertebrador, casi a un nivel filosófico, de la obra de arte cerámica.
El contenedor cerámico es una de las primeras industrias del ser humano y probablemente seguirá acompañándonos siempre; es casi como una metáfora de lo que somos como especie. Viendo las cerámicas de Albert Montserrat no podemos dejar de pensar que el ser humano lo es precisamente por su capacidad de almacenar cosas, de recordar, de tener historia y memoria.
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Wladimir Vivas
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