En casa del maestro Hamada

by Infocerámica

Museo Hamada Shoji

Si hay un nombre que simboliza la influencia de la cerámica japonesa en el mundo ese es el de Hamada Shoji. En este artículo contamos como fue visitar lo que fuera su casa y taller, convertido ahora en museo

Alguna vez, visitando una ruina o castillo, he pensado que, aunque parezca una manera un poco infantil, la mejor forma de hacer una visita a un monumento o lugar histórico es imaginar como sería en otros tiempos. Los guerreros almohades asaltando una fortaleza, los vendedores gritando sus mercancías en el mercado medieval o las carretas rodando pesadamente por la vía romana…

En ocasiones esto se hace mucho más fácil, bien porque el lugar que visitas está perfectamente conservado, bien porque tengas referencias directas de lo que allá se hacía. Durante una mañana de otoño, en la localidad japonesa de Mashiko, pude dedicarme a ese ejercicio a conciencia, casi como un juego, dejándome llevar más por las sensaciones que por los conocimientos, mucho más por las emociones que por la lógica.

Paseando por los talleres de Hamada Shoji podía imaginar la febril actividad de una mañana, también de finales de otoño, cuando los mismos árboles que ahora levantan sus rojas, ocres y amarillas copas a decenas de metros del suelo, serían poco más que arbustos. Una mañana en la que habría varios operarios, aprendices y familiares trabajando afanosamente en ultimar la decoración de las piezas que debían cocerse unos días después en el gran horno noborigama.

Unos llevarían varios días, quizá semanas, acarreando leña seca para alimentar cada una de las múltiples cámaras del gigantesco horno; otros prepararían los esmaltes con las recetas casi secretas del maestro; alguno más, el de más confianza, daría el baño de esmalte sobre el que el maestro pintaría posteriormente la decoración. Por allá andaría Hamada Shoji, encorvado y de caminar lento debido al uso de sus “geta” (sandalias japonesas de madera), dando instrucciones y comprobando todo, estudiando en que parte del horno cargaría esas piezas especiales, que tendrían una caja realizada a medida, en la que estamparía su firma, su sello y, quizá, algún poema. Esas piezas que décadas después, un ceramista occidental como yo podría reconocer por haberlas visto en decenas de libros, catálogos y revistas.

Piezas como las que acababa de ver en el museo de la casa/taller, donde el revuelo del grupo de visitantes, claramente excitados por la visita, ha ido callando poco a poco, hasta que, finalmente, solo se oye aquí y allá alguna expresión de admiración, y también alguna de asombro al reconocer entre la colección privada del maestro varias piezas de alfarería española, de Paterna o de Cuerva, entre otras de todo el mundo.

Curiosamente en esta Casa-Museo no se puede ver una gran colección de cerámica de Shoji Hamada, lógicamente hay algunas salas, dos o tres, con unas docenas de magistrales obras, pero lo realmente interesante es pasear entre los arriates de flores, los caminos que comunican las estancias, el taller, los hornos o la vivienda. Esta última una impresionante casa tradicional japonesa, donde se pueden visitar algunas de las estancias en las que transcurría el día a día del que fuera uno de los grandes divulgadores de la cerámica japonesa en el mundo, además de mostrar parte de sus colecciones, como la de sillas, que atesoró durante toda su vida. (No todo es tradición: ahí tenemos un magnífico sillón Eames Lounge, supongo que original.)

Y así va transcurriendo la mañana, después del ejercicio de regresión, tratando de imaginar como sería un día de otoño de, digamos, mediados de los cincuenta; imaginando los tornos, ahora quietos, girando en el cargado ambiente del taller, mientras varios asistentes van de acá para allá acarreando largas tablas repletas de los cuencos, platos y botellas que salen constantemente y a buen ritmo de los tornos. Unas horas después tendríamos la oportunidad de conocer un taller muy similar a pleno rendimiento, el del nieto de Hamada Shoji, el también ceramista Tomoo Hamada.

La visita termina y, como decíamos al principio, en ocasiones es muy fácil dejarse impregnar del espíritu del lugar, de los espíritus que parecen poblar cada rincón. También en ocasiones comprobamos cómo artistas de culturas diferentes y de tiempos diferentes nos influyen y emocionan. Como nos emociona el recuerdo de quien nos sirvió de introducción en el mundo de la cerámica en Japón. Como nos emociona, ya para siempre, el recuerdo de esta visita a la casa del maestro Hamada.

Nota última: Como colofón a esta visita y, de algún modo, como cierre poético al ejercicio de imaginar el taller funcionando, nos enteramos que, efectivamente, ¡vuelve a funcionar! La historia es curiosa y creo que bonita: El horno noborigama de Shoji Hamada estaba considerado como Tesoro Nacional, por lo que, lógicamente, no se podía utilizar. Desgraciadamente, durante el terremoto de 2011, el horno quedó casi completamente destruido. Rápidamente se organizó un sistema mediante el cual decenas de ceramistas, principalmente de la zona, aportaron recursos económicos, materiales y su trabajo para reconstruir el horno, que es el que actualmente se puede ver en el antiguo taller de Hamada Shoji, y que ya no tiene la consideración de Tesoro Nacional, por ser una reconstrucción. Por un lado es una pena que el original ya no esté, pero por otro será bonito volver a ver a ceramistas trabajando en estas estancias y el gran horno a pleno rendimiento.

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Infocerámica agradece a la Casa Museo Hamada Shoji la ayuda prestada para la publicación de este artículo. Fotos: Wladimir Vivas y Sara González, queda prohibida su reproducción sin permiso expreso del autor.

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