“Una imagen vale más que mil palabras”; como frase está bien, pero la verdad es que no es malo acompañar la imagen con la palabra, especialmente si hablamos de algo complejo, como el arte de la cerámica
A mediados del siglo XIX se publicaron las primeras revistas gráficas, y fue una revolución en la difusión de las obras de arte al gran público. La segunda gran revolución fue, sin duda, la llegada de Internet a los hogares de medio mundo, y especialmente a través del teléfono móvil en la última década.
Pero no debemos olvidar que estos son solo herramientas, no debemos confundir el medio con el mensaje. En este caso, la capacidad que tiene el medio es ofrecernos millones de imágenes. Pero si hablamos de arte, el mensaje tiene una complejidad que, al menos para mi, necesita de algo más que una foto.
Lo reconozco claramente: necesito que me expliquen las cosas, necesito contextualizar lo que veo, necesito saber porqué se publica, quien lo ha hecho y por qué lo ha hecho, necesito incluso saber las opiniones de personas en las que confío (aunque no dudo de los 200.000 “Me gusta” de desconocidos de todo el mundo). Necesito, en fin, que una publicación me aporte algo más que un álbum de fotos.
No es una cuestión de erudición, es más bien vicio: me gusta tanto la cerámica, que disfruto leyendo sobre cerámica y sobre ceramistas. Es más, no consigo entender que a alguien interesado por un tema no le guste leer sobre el mismo; da igual si es en revistas en papel o digitales, libros o folletos, novedades o textos antiguos (o solo viejos), de todos se aprende y, personalmente, con todos me envicio.
Las fotos están bien, pero yo debo estar todavía influido por ese “gran filósofo” de mi tierna infancia que decía: “El libro gordo te enseña, el libro gordo entretiene, / y yo te digo contenta, hasta el programa que viene”.
Petete, creo que se llamaba.