Dani Keral nos ofrece en el siguiente artículo sus experiencias visitando alfareros y ceramistas en Zamora, donde ha conocido tanto la tradición como la nueva cerámica
Almas de barro: un mundo en extinción
Dani Keral
Algo está muriendo con lentitud en un mundo de fibra óptica y redes sociales.
Las vidas, las relaciones, las conversaciones parece que ya no tienen sentido si no se realizan a alta velocidad, de forma inmediata, en directo y compartidas con miles de personas con las que tenemos poco o nada en común salvo un smartphone, un teclado, y una conexión ADSL. Así es la vida que ha ido configurando el siglo XXI.
Mientras, otras formas de vida observan los destellos que dejan al pasar esas personas de ritmo frenético, como un niño sentado junto a una autopista que se pregunta si los vehículos que pasan lo verán a él también. Con una de estas formas de vida contacté tiempo atrás en Zamora, una de las provincias con mayor índice de despoblación de España. Cargado con mi equipo, acudí a las regiones de Sayago, Aliste y Tierra del Pan para grabar “Almas de Barro”, un documental sobre un modo de vida que se encuentra en serio peligro de extinción.
La alfarería en Zamora fue una de las actividades que dieron solidez a esta provincia castellanoleonesa de marcado carácter rural. Numerosos núcleos de producción se desarrollaron desde la edad media hasta comienzos del siglo XX, momento en el cual comenzó el vertiginoso declive de la profesión. Hoy día solo dos localidades mantienen la alfarería como actividad económica: Moveros, en el que quedan dos alfares, y Pereruela, que es el que goza de más salud en la actualidad, con varios talleres repartidos por el pueblo. Durante mi búsqueda de testimonios visité otros dos lugares que habían sido importantes centros de producción, Muelas del Pan y Carbellino, pero en los que la alfarería había desaparecido tiempo atrás.
Para un madrileño como yo, acostumbrado al ritmo eléctrico de la gran ciudad, contactar con estas personas fue un gran impacto. Entrar en sus talleres, donde el rojo de la tierra y el frescor y el olor a barro húmedo lo invaden todo, fue como una vuelta al útero, como entrar en una cápsula del tiempo, un lugar donde el ritmo lo marca la rueda con su giro mientras las manos del dios-alfarero hacen surgir una nueva obra de arte(sanía). Entre aquellas cuatro paredes deseé ser barro para volver a nacer entre sus entrañas.
Ante mí aparecieron los protagonistas de la película que acabó convirtiéndose en un viaje a través del tiempo: Paco, Ramón, Luis, Tránsito, Leonor, Numa. Seis almas distintas pero unidas por un mismo material, extraído del seno de una tierra que obsequia con muchos frutos si se sabe cómo cuidarla. Conforme escuchaba sus testimonios, fui aprendiendo sobre las técnicas y las tradiciones, como la alta tecnología de un botijo, que enfría sin necesidad de corriente eléctrica. Aprendí también por qué fueron las mujeres las que se encargaron de dar a luz piezas que pasarían a convertirse en objetos fundamentales del día a día cotidiano.
Durante mi investigación de diez días recorrí carreteras y caminos, y profundicé en el corazón de una tierra bañada y bendecida por el poderoso río Duero, que la ha cercenado durante miles de años para formar lo que se conoce como los Arribes del Duero. Esta conjunción de elementos fue lo que hizo que la ceramista Numa eligiese Zamora como el lugar idóneo para volver a los orígenes, dejando Madrid junto a su familia y eligiendo Gamones de Sayago como su nuevo hogar.
Este hogar es en el que han vivido muchas generaciones de alfareros de diferentes puntos de la geografía zamorana. Conscientes de las características de su tierra, en cada lugar se especializaron de una forma distinta: Pereruela, con su barrio refractario, resistente a grandes temperaturas, basó su producción en utensilios para la cocina a fuego; en Moveros, sin embargo, el tipo de enseres utilizados eran los destinados para el transporte de líquidos, con su conocida jarra de formas sinuosas.
La vida del barro ha sido uno de los pilares de la provincia de Zamora, un lugar por el que han pasado múltiples culturas a lo largo de los años. Hoy día, muchos de los restos de este pasado se derrumban ante el peso del tiempo y del olvido: hornos comunales en los que antes cocían el barro varias familias y que ahora se encuentran en serio deterioro, antiguos alfares y técnicas que se han perdido por la muerte de los últimos alfareros…
Pero no todo es muerte en esta historia. Hay proyectos que buscan revitalizar el mundo del barro, proyectos como el que lleva a cabo Luis Miguel Pelayo en Muelas del Pan, encargado del área de taller del Museo de Alfarería y Arqueología de Muelas del Pan, lugar en el que imparte cursos básicos para aquellos que tengan interés en aprender. Luis comenzó con el oficio hace ocho años y se propuso como objetivo rescatar la alfarería tradicional de su pueblo y volver a situarla en el mapa. A parte de este proyecto, los alfareros que aún permanecen en activo siguen esforzándose por hacer llegar su pasión a todo aquel que tenga curiosidad por conocerla a través de diferentes certámenes y jornadas dedicadas al oficio.
Zamora se encamina hacia un futuro incierto en el que las nuevas generaciones se muestran desapegadas hacia una tierra y unas tradiciones que no ofrecen respuestas para un mundo cada vez más globalizado y tecnológico. No obstante, un movimiento de repulsa por ese mundo de ritmo frenético va creciendo, cada vez, con más fuerza. Muchas voces se están alzando en defensa de un estilo de vida que conecte más con los orígenes humanos, buscando un equilibrio entre tradición y tecnología. El reto ahora es que lugares como Zamora sean capaces de adaptarse a los nuevos tiempos sin perder su esencia ni morir en el intento. Por fortuna, hay un buen número de personas dispuestas a conseguirlo. Yo las llamé “Almas de barro”.
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