Con motivo de la exposición, en 2007, de Jacqueline Leart en la Galería Besson, de Londres, que dirigía Anita Besson, el propio hijo de la artista, François Lerat, escribió el texto que ofrecemos a continuación, y y que recuperamos por lo interesante del encuentro entre dos de las más grandes “damas” de la cerámica europea
Texto: François Lerat
Cuando Jacqueline escuchaba Radio Londres durante la Segunda Guerra Mundial, nunca imaginó que sesenta años después encontraría en esta ciudad tanto una excepcional amiga como nuevas perspectivas para su arte.
Después de la guerra Jacqueline participó en la exposición “Modern French Potters”, que viajó a Birmingham, Derby, Stoke-on-Trent y Swansea. En 1951, mientras visitaba París, Bernard Leach descubrió los primeros trabajos de Jacquelline y su marido, Jean Lerat, en la Galerie Rouard, que en aquellos días era una de las más importantes en la capital francesa. Ciertamente debió impresionarle mucho, ya que inmediatamente decidió hacer un viaje a La Borne, una ciudad de tradición alfarera entre Bourges y Sancerre, para encontrarse con ellos.
El ejemplar de “The Potter’s Book” que Leach les firmó ha sido una permanente fuente de inspiración, como lo sería posteriormente el libro de Daniel Rhode “Clays and Glazes”, pero Jacqueline y Jean ya habían desarrollado su propia línea de investigación cerámica y no sería hasta mucho después, con la llegada de Anne Kjaesgard, Gwyn Hanssen y Christine Pedley, que estas jóvenes discípulas de Leach se establecerían en La Borne.
Volverían a encontrarse con Bernard Leach, y también con Shoji Hamada, en la exposición “Maitres Potiers Contemporaines” en el Museo de Artes Decorativas de París en 1962, en la que sus nuevas obras demostraron que ellos liberarían la creación cerámica de sus históricas restricciones y las llevarían dentro de la corriente principal de la modernidad que hasta ahora era explorada por pintores, escultores y arquitectos. Ya bajo una cierta influencia británica, desde su descubrimiento de las esculturas de Henry Moore en París en los años cincuenta, y a través de varias revistas sobre arte y arquitectura, la exposición “International Ceramics” en el Museo Victoria y Albert en 1972, cuando el museo compró una de las piezas de Jean, fue otra ocasión para renovar los contacto con los artistas contemporáneos británicos. Fue también por entonces cuando Jacqueline desarrolló un nuevo camino en su trabajo, que continuaría explorando durante el resto de su vida, que enfocaba su obra en cerámica hacía una síntesis de “el cuerpo, la sugerencia del movimiento y el paisaje”.
Treinta años después, esos queridos lazos con Inglaterra se renovarían cuando, en 2007, Anita Besson ofreció a Jacqueline su primera exposición individual en Londres. Fue una oportunidad de olvidar la fractura de la cadera mal curada, así como la injustificada controversia iniciada por el curador del Museo de Sevres, el principal museo de cerámica de Francia quien, en un importante catálogo, había rechazado arrogantemente la mayor parte de la cerámica producida en La Borne, la mayoría fuertemente influenciada por las ideas y enseñanzas de Lerat, definiéndola como gres en estado salvaje (“grès sauvage”, en el texto original). Las notas en el diario de Jacqueline muestran discretamente lo profundo que le afectó este ataque. Después de descargar el horno, en noviembre de 2006, con las obras destinadas a la muestra de Londres, escribió: “Esto no es la perfección, pero ¿es lo que realmente quiero? En cualquier caso creo que estas piezas poseen una especial cualidad con la que se sientan identificados los visitantes”. De vuelta a casa, escribió con evidente alegría: “Durante mucho tiempo, es como si hubiera estado permanentemente obligada a probar que existo. Ha sido como una necesidad opresiva, de la que tal vez no era totalmente consciente todo el tiempo, y que ciertamente nunca busqué deliberadamente.”
La estancia en Londres durante enero de 2007 fue un momento de gran felicidad para Jacqueline. El viaje en el Eurostar, a través del túnel del canal, y el posterior encuentro con Anita, que nos llevó de fin de semana a Somerset, nos ayudó a olvidar los nervios de la próxima exposición individual. Y además la visita a Stonehenge, uno de esos momentos mágicos que parecían coronar con esta breve estancia las discusiones en el jardín con Anita sobre el pasado y el futuro de nuestras sociedades o sobre el lugar de las mujeres y la cerámica, todo esto pudieron disfrutar con el telón de fondo del suave paisaje inglés.
Jacqueline, que caminaba con cierta dificultad, había olvidado la dificultad de subir las escaleras de la galería. Como algunos otros artistas, ella había tenido siempre grandes dificultades en alejarse de sus piezas, pero aquí, viéndolas tan bellamente iluminadas y, evidentemente, tan apreciadas, se sintió inmediatamente tranquilizada. En Londres, Jacqueline pudo satisfacer su sed de descubrimiento con una extensa visita a la Tate Modern, asi como una peregrinación a las pinturas de William Turner. Y cometería un error si no hiciera mención a los delicados “Tea-time”, con los deliciosos bollos de mantequilla untados con mermelada casera que fueron una seña de identidad de la tradicional hospitalidad británica.
Después de esa maravillosa bienvenida, y con tanto como tenían en común, no pude ver que esa relación vital y entusiasmo compartido entre Anita y Jacqueline tendría un prematuro final.
(Este texto se publicó en el catálogo de la exposición de Jacqueline Lerat en la Galerie Besson en 2011. Se publica con el permiso expreso del autor. Queda prohibida su reproducción)
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Infocerámica agradece a François y Esther Lerat la ayuda prestada para la publicación de este artículo. También agradecemos el permiso para publicar las fotografías realizadas por François Lerat y otros autores y cedidas exclusivamente para la promoción de la obra de Jacqueline Lerat. Está prohibida su reproducción en cualquier medio, soporte o red social.
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