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El siguiente artículo refleja la aventura de una jóven ceramista en la búsqueda de su camino en cerámica, que le ha llevado a la construcción de un horno de leña con el que se inicia, de forma tan autodidacta como decidida, en el mundo de las cocciones de leña.
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Texto de Daniela Krpan
Siempre que hablo de la cerámica termino hablando de mi misma, contando aspectos personales y sentimientos. Trato de evitarlo, pero debe ser que están ligadas, es un trabajo emocional el de la cerámica, de tocar, sentir e implicarse.
Cómo explicar si no lo que se siente cuando algo te gusta tanto que no puedes pensar en hacer otra cosa. Tener un trabajo que nos procure felicidad y la oportunidad de jugar, crear e inventar es una valiosa posibilidad que todos deberíamos tener, trabajar de lo que nos gusta.
Lo primero y lo más difícil es encontrar un estilo, saber lo que queremos decir, comunicar y transmitir…Lo segundo es cómo ¿Con que técnica? ¿Hay que ser original? Sí, pero, de qué manera? ¿Desarrollar una forma de trabajar que sea única? ¿Queremos que nos reconozcan por nuestro trabajo? ¿Que cuando vean nuestra obra vean al artista inmediatamente…?
Hay tantas cuestiones a tener en cuenta que nos podríamos perder en el camino de la búsqueda y tener momentos de decepción, desmoralización y frustración. Por eso, deberíamos trabajar sin tantas condiciones, ser libres y enfocar la energía en lo esencial. Lo que sea esencial para cada uno, claro, dependiendo del momento en el que estemos y las necesidades.
Cuando supe que quería hacer cocciones a leña supe también que solo quería hacer piezas bellas, sin más, algo que transmita el amor que siento por mi trabajo. No quiero convertirlo en un medio de protesta, solo procurar felicidad. Despojarme de toda soberbia y pretensión. ¿Soy altruista?, Pues si el altruismo, tal como dice el diccionario, significa abnegación, sacrificio, generosidad, desprendimiento y liberalidad, es entonces todo a lo que aspiro. Puede parecer ingenuo, pero yo lo veo más como un acto de amor y generosidad.
Hacer piezas funcionales me da esta posibilidad. Una tetera por mas escultórica que sea, tiene su función de servir, contener y compartir. Una taza no tiene menos merito que una escultura. La taza acerca la gente a la cerámica. Alguien puede no tener ningún interés en el arte, no ir jamás a un museo o galería, pero puede tener su taza de cerámica preferida y con esto su momento de contemplación a una pequeña parte de este arte.
En esa búsqueda que llevo hace años me topé con las cocciones a leña, había conocido los hornos de ladrillos de adobe que se hacen en el norte de argentina, cocciones de baja temperatura por el material disponible, me habían seducido, pero viviendo en una ciudad no era posible. Tuve un paréntesis en mi vida al venir a España y tener un hijo, y cuando finalmente pude volver al taller me di cuenta que aún no había encontrado mi identidad cerámica. Esto me llevo a una búsqueda casi desesperada de conocimiento de técnicas, de ir a cursos, probar, leer, conocer gente y preguntar, preguntar mucho, hasta que decidí que si me gustaban las cocciones a leña no había nada que pudiera sustituir esa necesidad. Cocer a leña es único y son únicos sus resultados.
Lo primero que hice fue no escuchar a nadie. A veces hay que protegerse de la gente que viene a decirnos lo difícil, caro y complejo que es llevar a cabo un proyecto. Lo segundo fue buscar ayuda, y ahí es cuando me topé con el workshop de Masakazu Kusakabe. No solo nos ofreció la posibilidad de hacer un horno de leña, sino un horno que no produce humos, algo favorecedor por donde se mire y que también da efectos similares a los de un horno anagama, un horno que necesita de varios días para cocer. Cuando en este horno con 20 hs o menos se pueden conseguir maravillosos resultados de las cenizas que se depositan en las piezas según donde se ubique la misma.
Cuando supe del curso no sabía quién era Kusakabe, pero entré en su página para averiguarlo y supe de inmediato que lo quería aprender todo de este maestro, su humildad, generosidad, conocimientos, vanguardismo, había dado con la forma de conseguir lo que hasta ahora requería días de trabajo, material y esfuerzo. Ponía a nuestro alcance una buenísima oportunidad. Porque los sueños pueden llevarnos hasta donde les dejemos, pero hay que ser realistas también, todos tenemos nuestros límites, económicos, físicos o de espacio. Por eso es importante lo que hacemos con lo que tenemos.
Construí mi horno 6 meses después en la puerta de mi taller, haciendo una modificación que no calcule, exponiéndome a que el horno no funcione, pero así hago yo las cosas a veces; se puede decir que es mi método de trabajo. Desde entonces he hecho tres cocciones, para la primera pedí ayuda a los colegas con los que había compartido el curso, y puedo decir que fue una experiencia más que satisfactoria. Además de poder reunir amigos, buenas comidas, vino y fuego, la actividad generó numerosos buenos momentos. Luego, animada por los bellos resultados de la primera cocción y sintiéndome con valor, realice una segunda, pero la mala disposición de la carga ocasionó que el fuego se me escapara directamente por el hueco de la chimenea, pudiendo llegar solo hasta los 850 cº. Después de 20 horas metiendo leña, sola, enfrentándome a las diferentes vicisitudes, sin saber que pasaba, llamé a Masakazu y le conté lo que estaba sucediendo y que me sentía realmente cansada, y desesperada. Me sentí impotente ante un elemento como el fuego. Me aconsejó que me fuera a descansar para al día siguiente abrir y poder ver en que había fallado, ya que el horno me había demostrado que era capaz de llegar a temperatura y dar buenos resultados.
Para la tercera hornada volví a cargar el horno como en la primera vez, teniendo en cuenta los espacios, el paso del fuego y los recorridos. Y después de 28 horas en las que cabe de todo, una deliciosa paella, pizzas y pan horneados a leña, horas de motosierra y viajes a buscar leña, el horno llego a 1.250 ºC, o eso creía yo por el lector del pirómetro, aunque los resultados me mostraran otra temperatura. En esta última hornada también sufrí un parón de temperatura a 1150 ºC de tres o cuatro horas, momento en el que me quede sola, pues el horno ya había vencido moralmente a mis dos compañeros. Esta vez quería superar el reto y entonces recordé a Masakazu cuando nos decía que había que tratar al horno como a una mujer: dulcemente, escuchándolo para saber que necesita, y dándole tiempo. Deje que se quemara el exceso de leña, retire brasas y seguí metiendo leña, pequeña, porque tenía que subir la temperatura y para eso hacía falta calorías. Me encomendé al dios del fuego, de la sabiduría y la paciencia y culminé la hornada con la satisfacción de sentirme capaz de tener el control de mis piezas y de mi trabajo hasta el final. Pienso que eso es lo que nos da las cocciones a leña: nos obliga a involucrarnos en todo el proceso., Aunque el fuego sea caprichoso e impredecible, con la experiencia se pueden controlar los efectos.
El horno de leña puede poner a prueba nuestro amor por este oficio, porque nos enfrenta a numerosas dificultades, momentos de tensión, cansancio, incertidumbre, pero las posibilidades que ofrece son tantas y tan enriquecedoras.
Nos da una lección, de paciencia, autocontrol y, espero que con el tiempo, de sabiduría para ser un todo con el fuego y el barro, para bailar al compás de las llamas que lamen las piezas y besan sus curvas al ritmo de una sensual y contagiosa comparsa.
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Infocerámica agradece a Daniela Krapan la posibilidad de publicar este artículo. Las fotografías y texto se publican exclusivamente para la promoción de la artista, queda prohibida su reproducción sin permiso de la autora.
Durante el verano de 2016 se celebrará un curso impartido por Masazazu Kusakabe durante el cual se efectuarán varias cocciones en el horno de Daniela Krpan, ubicado en la localidad de Monrroyo (Teruel) (Más información en info@infoceramica.com)