Claudia Álvarez

by Infocerámica

Escultura cerámica de Claudia Álvarez

La escultura cerámica y la pintura de Claudia Álvarez tienen varias lecturas. La fuerza expresiva de la imágen de niños y niñas peleando, llevando armas, en ocasiones desnudos o en actitudes incluso violentas no puede dejar indiferente a nadie. Sin embargo, la propia artista nos avisa de que hay que tratar de ver más allá de esas impactantes imágenes.

El autor del siguiente artículo nos introduce en el mundo de esta artista de origen mexicano, aunque criada en los Estados Unidos. Un mundo que no ahorra la realidad más dura a los niños, pero que, aunque parezca una forma de escandalizar, no deja de ser un reflejo de la realidad mundial, en la que la infancia es, a menudo, la gran maltratada. Quizá la transgresión venga de reflejar esa violencia en niños que identificamos como occidentales.

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Alondras que no pueden cantar: La obra de Claudia Álvarez

Por Daniel A. Siedell

El arte es como un imán, atrayendo, recogiendo y acumulando nuestros pensamientos y experiencias a través del tiempo. Este proceso va mostrando nuevas capas de la obra, que esos pensamientos y
experiencias parecen revelar. Una buena obra de arte nos interpreta, trabaja en nosotros, se impone sobre nosotros e invade nuestros pensamientos, penetrando en nuestros rincones y recovecos psicológicos,
insinuándose en nuestras emociones, y a menudo nos obliga a enfrentarnos de forma poderosa a la realidad de nuestras experiencias vitales.

Claudia Alvarez estudió arte en la Universidad de California-Davis y en la Escuela de Artes de California y ha trabajado como artista en residencia en México, Suiza, Francia y China. Su obra ha sido expuesta
en todo Estados Unidos, Europa y Canadá. Su proyecto artístico está dedicado exclusivamente a la infancia. Y a mí me ha perseguido desde que lo vi por primera vez hace diez años.

La mayoría de los trabajos que muestran niños son, a menudo (por lo general) didácticos y morales, o bien triviales y muy populares. Es fácil entender por qué. Los niños provocan nuestras emociones más
fuertes, nuestras respuestas más apasionados y esperanzas de este mundo. Ellos encarnan el deseo de que el mundo realmente es, en el fondo, bueno. Es el mundo de la mañana del día de Navidad. Pero el
trabajo escultórico de Álvarez nos ofrece algo más, lo que C. S. Lewis escribió sobre Narnia, en palabras de la Bruja Blanca: “siempre es invierno pero nunca Navidad”. De esto queremos proteger a nuestros
niños, de nuestro temor a que realmente no exista la Navidad. Pero la obra de Álvarez se niega a seguir el juego.

Los niños de Álvarez son extraños, parecen niños pero no se sienten como niños. Son crueles. No es difícil imaginar que la descripción que Victor Hugo hizo de Cosette, la joven huérfana de Los Miserables,
se aplique a estas criaturas: “la injusticia la hizo hosca y la miseria fea” (p. 157).

Las niñas de Álvarez son inocentes y bellas. Y vemos atisbos de ello, el pijama rosa y el chupete amarillo, tal vez. Pero viven en un mundo de adultos: fuman, llevan armas, tienen furia en sus ojos. Están
también despojados (despojados de miembros, ropa, de la alegría y de la fe). Son criaturas que no confían en nadie.

En las esculturas de cerámica de Álvarez, las figuras agachadas ocupan nuestro espacio, nos atormentan con su presencia. En sus pinturas, las figuras parecen emerger, a menudo sólo parcialmente, de una
atmósfera inquietante. Pero, ¿qué es lo que me preocupa de estos niños? ¿Qué tienen de extraño?

El miedo

Tienen miedo. Pero no sólo miedo a la oscuridad o al hombre del saco. Los niños de Álvarez experimentan el miedo que caracteriza a la vida adulta, ese sufrimiento existencial que vacía al mundo de su
encanto y su asombro, de su gracia y su amor. A este miedo lo llamamos de otra forma en el mundo adulto (determinación, corage, fuerza), un completo glosario de eufemismos para esconder el terror con el que
convivimos a diario. Cada día es una lucha, una lucha por la justificación y el reconocimiento. Así lo sentimos, y no queremos que nuestros hijos se sientan así ya. Pero los niños de Álvarez no han aprendido a
ocultarlo. Esto los deforma, los transforma. Se han convertido en algo más que niños. Y eso me inquieta. Una vez más pienso en Cosette, que adoptó un apodo entre los aldeanos: la alondra. Hugo nos dice
por qué:

“No más grande que un pájaro, temblando, asustada y tiritando, la primera en levantarse todas las mañanas en la casa y en el pueblo, siempre en la calle o en el campo antes del amanecer” (p. 157). Pero Hugo
continúa, “excepto que la pobre alondra no cantaba.”

Un niño está hecho para cantar. Y hay algo malo en un niño que no puede hacerlo, en un niño que no puede jugar. La obra de Álvarez nos recuerda que los niños no nacen en Disneylandia. A menudo nacen en
incubadoras, “casas de crack”, miseria o sufrimiento.

Y, sin embargo, a pesar de que no pueden cantar, viviendo como lo hacen, en el violento mundo de los adultos que los silencian, los niños de Álvarez parecen ofrecer una promesa de que, un día, podrán
cantar. A pesar de su desesperación, las pinturas y esculturas de Álvarez tratan de ir más allá.

El Arte es la canción, existe para dar testimonio de que el mundo no es como debiera, y como símbolo de la esperanza de que algún día, podría ser de otra forma. Y Alvarez ofrece una canción en la pintura y
en la cerámica, una canción que, igual que estos niños, podemos cantar un día.

Daniel A. Siedell, Ph.D. es historiador del arte, comisario de exposiciones y crítico, es además profesor del Christianity & Culture at Knox Theological Seminary de Fort Lauderdale, Florida.


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APUNTES BIOGRÁFICOS

Claudia Álvarez nació en México, aunque a los tres años ya estaba viviendo en California, donde se trasladó su familia. Estudió pintura y posteriormente cerámica, con Hedi K. Ernst, discípula de Viola Frey. Ella misma asegura que las ocupaciones que desempeñó durante sus años universidad para pagarse los estudios fueron determinantes para su obra actual, más de diez años de conductora de ambulancias, junto al trabajo con mujeres maltratadas y alcohólicos le han dado una visión desdramatizada de esas tragedias. Respecto a sus esculturas explica que, aunque sea lo primero que nos salta a la mirada, en realidad sus esculturas no hablan exclusivamente de la infancia, sino que utiliza esa infancia como símbolo de la desprotección.

En los últimos años, Claudia Álvarez ha tenido mucha actividad, con varias exposiciones individuales y colectivas, además de participar en eventos, congresos y hacer varias residencias como artista invitado en Francia, China o Suiza

Introducción y apuntes biográficos: Wladimir Vivas

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Más información sobre Claudia Álvarez: www.claudiaalvarez.org

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