El barro es uno de los materiales que primero nos ha transmitido la memoria histórica; su maleabilidad ha dejado constancia de culturas anteriores a nosotros, de sus conocimientos y creencias, sus formas de sentir y expresarse.
Su versatilidad se extiende y transforma, para crear formas y volúmenes, trascendiendo el plano más allá de textos, grabados, dibujos, colores o texturas. Absorbe el vacío generando un universo tridimensional, donde posicionarse o reflejarse, generando una sutil dualidad dinámica sin comienzo ni fin.
TÉCNICA
Entre los shipibos, de Perú, el trabajo cerámico es netamente femenino; ellas trabajan la arcilla, llamada neapo, muy plástica, que debe mezclarse con la ceniza de la corteza del árbol apacharama y fragmentos de cerámica reducidos a polvo, que actúan como elemento antiplástico o desgrasante, que la ceramista amasa pacientemente para lograr una masa uniforme, que luego convierte en tiras cilíndricas.
Con la técnica llamada «colombina» preparan una base circular con arcilla, donde se coloca este material en tiras y en espiral, y después se modela el objeto, se alisa la parte externa e interna con un fragmento de tutumo (fruto de la selva de cáscara muy dura).
Estos objetos son decorados con incisiones a su alrededor realizadas con las uñas. Los motivos decorativos más frecuentes incluyen las conocidas líneas geométricas o «diseños». Entre los más elaborados figuran series de vasijas antropomorfas, en las cuales hombres y mujeres adquieren diferentes posiciones mostrando los sexos claramente definidos; también producen con la misma frecuencia grandes tinajas con formas de animales, como la tortuga y algunas aves de la región. Las ollas, bellamente decoradas, sirven para preparar la comida, cocinar ají (pollo en crema de picante amarillo) y la de mayor tamaño para preparar masato (licor de yuca fermentada).
La cerámica representa la cosmovisión shipiba: todo lo que está arriba en el cielo está abajo en la tierra y ambos se reflejan mutuamente; de ahí, las constelaciones son los ríos y las líneas gruesas que están en medio de ellas son el camino de la canoa conducida por el sol.
La necesidad de fabricar las cosas necesarias para la vida cotidiana ha desarrollado su creatividad. El artista es mediador entre el mundo material y el mundo de los espíritus. La creación de un objeto se ve como la oportunidad para expresar sus creencias cósmicas, mediante el fuerte contenido simbólico y espiritual de sus diseños.
Tres colores, rojo (ocre), negro y crema figuran en la cerámica policroma Shipiba-Coniba, como tres son las variantes de arcilla utilizada, de color rojo, blanco y negro. Son recogidas durante el estiaje, en depósitos conocidos por cada artesano. Se preparan unas pelotas del tamaño de la cabeza (mapu), quitando todas las impurezas de la masa; la arcilla, de textura muy fina, puede almacenarse durante un año en el taller.
La mezcla de arcillas se fortalece con temperante para evitar que se resquebraje durante la quema. Puede ser de dos tipos: Apacherama, la corteza del árbol caraipe (muéi), conteniendo sílice, que se carboniza y muele para lograr un polvo fino, y quenquésh, que proviene del ciclaje de fragmentos rotos que se muelen y tamizan.
La alfarera muele con un batán de piedra en forma de media luna las pelotas de arcilla. Mezcla la arcilla pulverizada con temperante y agua para lograr una pasta viscosa. Construyen las vasijas a mano, enroscando los rollos de arcilla, previamente preparados, en espiral, hasta lograr el tamaño deseado de vasija. Aprovechan las curvas naturales de la calabaza para alisar con ella las paredes interiores y exteriores de la vasija. Como rascador suelen utilizar la áspera lengua del pez paiche.
Al secar la pieza pulen la parte exterior con una piedra negra. Una vez seca engoban la pieza con arcilla blanca (maúsh); la de Canchahuaya, en el bajo Ucayali, contiene caolín, que se disuelve en agua hasta obtener un líquido cremoso. Sobre la pared exterior de la pieza se extiende una capa de maúsh blanco. Luego se pule nuevamente con la piedra negra.
Así preparada empiezan a dibujar sus diseños con una astilla de caña brava o con un fino mechón de su propio cabello. Tres colores de pigmentos minerales son aptos para pintarlos: el rojo (mánshinti), el blanco (maúsh) y el negro (huiso). Suelen viajar una vez al año en busca de estos minerales.
No es posible quemar cerámica en los meses de lluvia. Antes se dejan orear durante días. Se queman las cerámicas grandes al aire libre usando leña especial que puede alcanzar una alta temperatura, sin llegar nunca a los 700 ºC. La quema final dura unos cuarenta y cinco minutos, aunque lleva una gran preparación previa.
Se escoge un día de sol, sin viento para realizar la quema. Después de atemperar la vasija a la sombra, hasta el mediodía, van tostándola media hora sobre un fuego que arde lentamente, hasta que se evapora del agua retenida por la arcilla. La pieza parece totalmente negra, carbonizada. Finalmente las voltean boca abajo sobre tres soportes y amontonan alrededor trozos de leña muy secos del árbol cetico. Prenden fuego a la pirámide de leña, que se consume con una espectacular llamarada. La capa negra ha desaparecido, dando lugar a una pintura de fondo crema impecable.
La cerámica es barnizada con una resina natural y transparente (yómuesho) encontrada debajo del árbol muei. Al levantar la vasija del fuego se frota la pared exterior con la resina que se va derritiendo, logrando el brillo final. Interiormente se impermeabiliza utilizando brea negra (sénpe) del árbol algarrobo, aplicándola con la costilla encorvada del manatí.
Los shipibos usan dos tipos de platos, el quempo, conocido en toda la selva como mocahua, que sirve para beber líquidos y por eso tiene en la parte interna y externa decoraciones relacionadas con el agua, y el quencha, empleado para comer y que sólo está decorado en la parte externa. Interiormente tiene el color de la arcilla o en algunos casos color negro, del humo producido en la cocción.
El cántaro de gran tamaño, mahuetá, que llega a medir hasta 120 centímetros, se utiliza para fermentar grandes cantidades del masato consumido en fiestas y reuniones comunales.
Los arqueólogos han descubierto en Cai que los Conibo de Alto Ucayali tuvieron por costumbre enterrar sus muertos dentro de los recipientes grandes. Hasta ahora, la palabra mahuetá en su idioma quiere decir muerto. Las urnas funerarias tienen rostro y sexo femeninos. Representan a una mujer shipibo arrodillada, con piernas abiertas, próxima a dar a luz. Se colocaba el muerto en la vasija en posición fetal. Simboliza el espíritu humano dentro de la matriz de tierra a la espera de nacimiento.
Hay, por otro lado, algunas piezas que han dejado de fabricarse, como vasijas con patas trípodes en forma de cruz, en forma de manatí, los cántaros con decoraciones antropomorfas muy bien modelados y con facciones humanas. Muy posiblemente estas obras tuvieran una función netamente ceremonial y fueran usadas en ritos que probablemente se han perdido.
Lo importante de la tradición shipibo no tiene que ver con el soporte o la técnica de realización que ha ido adaptándose a miles de cambios que la sociedad moderna impone y que la economía de estos grupos no permite mantener, sino los diseños, que aún permanecen vigentes a pesar del tiempo transcurrido.
Las mujeres se sienten agradecidas con el Creador porque a través del barro, de la arcilla, de la que fue hecha el hombre, modelan la vida, le dan sentido, sirven a la sociedad y construyen su futuro.
DISEÑOS
Las artesanas SHIPIBO-CONIBO utilizan materiales naturales y técnicas de diseño de gran complejidad. Los diseños Shipibo tienen una fusión de forma, luz y sonido. Cuando las mujeres miran sus diseños, lo que están percibiendo parece –en realidad– una tonada. Los diseños se extienden mas allá de los soportes mismos, poblando y protegiendo todos los espacios.
Lo que nosotros percibimos como una demostración gráfica, ellas lo perciben como una melodía. Cada diseño tiene su melodía. Dos mujeres o más, que pinten una vasija o mahuetá de grandes dimensiones simultáneamente, pueden estar al tanto de lo que está pintando su compañera solamente escuchando la melodía que ésta canta, la melodía correspondiente al diseño en el cual se encuentren ocupadas. Una vez que se unan, del otro lado de la pieza, los diseños comenzarán y terminarán en el mismo lugar, sin que las artistas se hayan puesto de acuerdo o hayan visto lo que las otras hacían. Los grandes caminos de la vida, la convivencia en comunidad, representada por un circulo central, las plantas, los animales, los ríos grandes y chicos, todo se representa en sus trabajos en telar o en sus bordados, creando una superficie parlante de su propia vida.
En la actualidad, las mujeres han desarrollado su propio lenguaje técnico y descriptivo, el cual aplican a su trabajo. No repiten nunca el mismo diseño, ya que consideran que todo lo que existe, ya sea en la tierra como en el universo, está poblado de ellos, y habiendo tantos, ¿por qué repetirlos?
La línea principal de cada diseño suele representar a Ronín, la serpiente cósmica, quien ha creado el universo y simboliza a Dios. Ésta, da el ritmo básico del diseño; cuanto más larga, más admiración causará, presentando múltiples variaciones sobre un mismo tema, con infinidad de vueltas, enroscadas a manera de una serpiente sin fin. Las líneas secundarias corren en paralelo a las principales, como un eco del tema dominante, en un tono menor. Las líneas finas de relleno, tradicionalmente de forma octagonal, deben rellenar el vacío restante.
Aunque tengan semejanza, nunca se ven dos piezas con el mismo diseño. El motivo que se percibe inicialmente como un diseño positivo, sobre fondo negativo, se puede apreciar también al revés. Un gran artista debe mantener un equilibrio perfecto entre los elementos positivos y negativos.
Los diseños dan la impresión de que se pueden comprimir dentro de un espacio mucho más limitado, o que extendidos cubrirían el mundo entero si no estuvieran limitadas por el borde de la tela o el de la vasija. Los diseños siguen una trayectoria sin fin en la imaginación.
Las figuras principales representadas en el diseño shipibo, el cuadrado, el rombo y la cruz, se pueden apreciar en el arte de los Cuna de Panamá o en el de los Maya. La cruz puede simbolizar al espíritu inmortal de una persona.
Este artículo se publicó en Revista Cerámica, N.º 105 (2007).
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