El pasado martes 21 de mayo fallecía en Córdoba la artista japonesa Hisae Yanase, que deja una profunda huella en la cerámica española y en el mundo cultural andaluz
Fue un largo camino. Un largo viaje que ahora, abruptamente, ha concluido. Hisae Yanase tenía, con toda seguridad, cientos de proyectos soñados, miles de pasiones por vivir y cosas que despertaran su curiosidad, que, como ella misma decía, necesitaba para sentirse viva.
Este camino, que ahora concluye, comenzó, como cuentan que dijo el poeta y filósofo Lao tse, con un primer paso. Un primer paso que le llevó hasta un puerto donde se embarcó rumbo a una recóndita ciudad de la Unión Soviética, en la que cogería el tren que la llevaría a una nueva vida. Este viaje, real, largo e incómodo, terminó en la ciudad de Córdoba (¿habría oído, siquiera, hablar de esta ciudad en su juventud japonesa?). Sea como fuere, en 1968, por ayudar a una amiga, y con la idea de escapar al destino tradicional de la mujer en su Japón natal, llegó a Córdoba, una Córdoba que le pareció, en un primer momento, una ciudad desierta y calurosa en la que, sin embargo, encontraría su razón de vivir, su arte y su familia.
Estudió cerámica en en la Escuela de Cerámica de Manises, en Valencia, y en 1976 comenzó su carrera como profesora en la Escuela de Artes y Oficios “Mateo Inurria”, que surgió de la forma más sencilla, simplemente Dionisio Ruiz buscaba un profesor para las clases de cerámica en su escuela, y, después de ver su exposición, le ofreció el puesto.
También esta nueva vida como profesora sería un largo viaje, otro más. Yanase amó profundamente la docencia. Y a sus alumnos, de los que llegó a decir que eran como sus hijos. Unos alumnos a los que admiraba: reconocía sin pudor que aprendía de ellos. Y es que Hisae Yanase, como artista, se destacaba por estar inmersa en una búsqueda constante, se enorgullecía en decir que, en cada una de sus exposiciones, buscaba (y encontraba, desde mi punto de vista) algo nuevo. Entendía la creación artística como un movimiento continuo, como una investigación permanente.
Este afán de búsqueda la llevo a investigar relaciones, desde el enfoque contemporáneo, con la cerámica histórica, pero también a participar en ARCO o a ser parte de la organización de exposiciones, eventos e intervenciones en espacios públicos, tanto históricos como naturales.
El mundo de la cerámica en España la va a echar de menos. Nos faltará su vitalidad y su risa, su capacidad de trabajo y la pasión con que acometía los proyectos. Esa misma pasión con la que enseñaba las cerámicas de sus amigos, antes que las suyas, moviendo su menuda figura por la laberíntica casa del barrio cordobés de San Agustín donde vivió una vida llena de encuentros, descubrimientos y amigos, junto a su inseparable Antonio I. González, compañero en la vida y en el arte.
Un largo viaje. Hoy nos parece que ha terminado antes de tiempo, pero cabe cierto alivio al comprobar que difícilmente podía haber sido más productivo. Es de suponer que dejar un bello recuerdo es el mejor de los epílogos a una vida dedicada precisamente a la búsqueda de la belleza.
Wladimir Vivas
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(Dedicado muy especialmente a Antonio I. González)